Francisco José Peña
Al comenzar este siglo XXI pensé que el transcurso del tiempo histórico sería diferente al siglo XX, tan cargado de guerras, revoluciones, tensiones diplomáticas y de otras crisis sociales o económicas. Alguien como yo, cuyo abuelo luchó en la guerra civil, podía presumir hacia el año 2000 del abismal cambio de España en todos los sentidos, especialmente desde la llegada al gobierno de Adolfo Suárez. Sin embargo, la realidad me ha puesto en mi sitio…
A finales de 2001 tenía billetes de vuelo para viajar al norte de EE.UU. ─a Dartmouth College─ para trabajar allí como profesor; pero antes, el 11 de septiembre, tuve que ver en directo en el telediario los ataques al World Trade Center de Nueva York. Luego vinieron la guerra de Irak; los problemas en Afganistán; la guerra del Líbano; nuevos enfrentamientos en Gaza (2008-2009); los encontronazos de Rusia con Georgia o Ucrania; la caída de Gadafi en Libia; la primavera árabe de 2011; la guerra de Siria… Si cuento los enfrentamientos entre el ejército colombiano y las FARC, los endémicos conflictos de África, o la realidad social de Venezuela, la geopolítica mundial nos puede dejar helados. Entretanto, algunos de nuestros compatriotas militares perdieron la vida en misiones de defensa y de paz, porque desde que España entró en la OTAN exportamos democracia allá donde nuestros aliados nos requieren.
Con esos mimbres, creo que el siglo XXI no va a ser una época idílica que leguemos a nuestros hijos. A todos los desafíos que nos marcan las crisis económicas, las fake news o la resurrección de los extremismos acallados por la caída gloriosa del Muro de Berlín en 1989, se suma ahora la victoria de Donald J. Trump en EE.UU. He oído a ciudadanos de los Campos de Hellín afirmar lo positivo de su vuelta a la Casa Blanca; y también, no sé por qué, a algunos estudiantes. La subida de aranceles a los productos hace inviable vender en Norteamérica mercancías hasta ahora intercambiables, esa es la respuesta. La querencia trumpista por Groenlandia lo enrarece todo un poco más: el país regido por Federico X es miembro de la UE y de la OTAN; es decir, Groenlandia es territorio europeo. Por otro lado, el Golfo de México lleva nombre español a pesar del nuevo presidente norteamericano, entre otros motivos porque España tuvo su control cuando era rey Carlos I.
Ahora bien, no toda la problemática de este primer cuarto de siglo es el presidente de EE.UU. También lo es la guerra por el dominio de la inteligencia artificial entre China y Estados Unidos; la ambición de Rusia; los aranceles internacionales, o el viraje electoral en algunos países hacia grupos herederos de las ideologías totalitarias de la década de 1930. Algunas cosas parece que se empeñan en decirnos que repetimos cosas del siglo XX, así como si desconociéramos el pasado y sus consecuencias.
Nuestra época tiene desafíos complejos, que no se solventan con las soluciones facilonas que se nos venden, sino con la experiencia que nos da saber la historia y con la formación intelectual desarrollada desde entonces. En cierto modo, cuidar el planeta, el empleo y a las personas se hace fundamental, como lo es cuidar nuestros derechos fundamentales, como por ejemplo la libertad de expresión. Creo que es mejor admirar a Winston Churchill y a Franklin Rooselvet que a sus adversarios en la II Guerra Mundial. Es un esfuerzo pequeño, pero un gran paso.