Francisco José Peña Rodríguez
La Real Academia Española tiene la costumbre anual, como una misión más para dar brillo y esplendor a nuestro idioma, de incorporar nuevos vocablos al diccionario ─que mucha gente no usa aunque esté online─. En 2024 han sido, entre otras, barista, dana, fitness, frapé, granularidad, infusionar, macroencuesta, sérum, spóiler, tabulé, umami, varietal y wasabi. Obviamente, el hecho de que una palabra entre y otra salga no implica su reciente creación o desaparición: simplemente que ambas están presentes en el habla cotidiana de los españoles en mayor o menor medida.
Sinceramente, la mayoría de los vocablos ahora introducidos me suenan un poco pijos, así como si proviniesen de un mundo elitista. Otra cosa es dana, pues se nos ha encogido el alma a todos cuando hemos presenciado por los medios lo acontecido en pueblos de Valencia y en Letur (Albacete), afectados por lo que antes denominábamos borrasca.
El idioma español tiene la fortaleza de un vocabulario intenso, pero además tiene la capacidad de atraer novedades que son igualmente las propias de los hablantes. Esto hace que sea idioma importante de estudio en Estados Unidos o China, o que su expansión sume ya 600 millones de hablantes. Es una suerte que se pueda viajar por medio Estados Unidos y por casi toda América, por ejemplo, usando solo el español.
Más aún, lo positivo de nuestro vocabulario ─acudamos o no al diccionario─ es que hay españoles que quizás no sepan que otros españoles o amigos hispanoamericanos usan palabras desconocidas para ellos. Así, ¿cuántos lectores saben qué es un ‘almez’? Pues está en el diccionario. En el mismo sentido, tengo para mí que poca gente en la península identificará el término polla con las apuestas que se realizan en Chile: algo que empezó buscando la suerte en las carreras de caballos y, en nuestros días, se extiende a lo que en Albacete, por ejemplo, se denomina ‘lotería’. Ahora bien, si el hablante se traslada a Ecuador la ‘polla’ es la típica ‘chuleta’ que algunos malos alumnos pretenden usar para superar un examen.
Algunas otras cuestiones no son tan positivas. Un español nacido antes del 2000 usará diariamente, según varios estudios, aproximadamente entre 500 y 3.000 palabras: detrás de ello está el plan de estudios, la capacidad lectora y el interés por una comunicación más o menos correcta. Y de entre todos esos términos alrededor de 300 palabras serán nuevas o aún no están en el diccionario. Por el contrario, un español de la era digital tiene un promedio menor, luego su vocabulario es menos extenso. Ese es un mal que se corrige pronto: leyendo y tirando de diccionario. Ojalá, además, los planes de estudios futuros se impliquen más en la lectura; es decir, en fortalecer más el idioma y un poquito menos en tirar de aparatos electrónicos, con todo útiles y necesarios en la vida cotidiana.
En España algunas personas creen que la RAE introduce cualquier cosa en el diccionario, sobre todo desde que se cree que están recogidas palabras que no lo están. Si uno busca ‘mahonesa’, el resultado no tiene que ver con la salsa ‘mayonesa’, sino con una habitante de Mahón. Tampoco está ‘cocreta’, aunque sí ‘almóndiga’ anotada como un vulgarismo. La gente que se echa las manos a la cabeza es la que las usa, por eso la docta casa se hace eco. Si todo entrara ya habrían recogido el dichoso “en plan”, sinónimo del conector ‘por ejemplo’, y que sin darnos cuenta usamos cada vez más.
Pero, en fin, Cervantes usaba 8.000 palabras y el diccionario tiene 93.000, así que pongámonos manos a la obra y usémoslas.