Francisco José Peña Rodríguez
El debate político tiene últimamente dos elementos alarmantes: la polarización y las fake news. Acerca de la polarización tengo una opinión bastante negativa para la salud democrática española, casi la misma que tengo sobre las fake news (‘bulos’ en español) y el interés de algunas plataformas y grupos políticos por extenderlas como forma de discurso.
A raíz de la proliferación de las redes sociales la opinión del ciudadano sobre cuestiones diversas ha aumentado, algo que no necesariamente debería ser malo si cada individuo emitiera su punto de vista con nombre, apellidos e incluso con número de DNI. Sin embargo, las opiniones publicadas sueles ser anónimas o están sepultadas bajo alias difícilmente reconocibles. Esto último ayuda mucho a la manipulación informativa, al insulto gratuito y a la proliferación de bulos. En el caso de los adultos, que estos recurran a la desinformación ─consciente o inconscientemente─ no tiene consecuencias penales por ahora, pero sí es sancionable con una multa de entre 600 y 30.000 euros.
Personalmente, me preocupan más los menores, y no porque estos sean inimputables, sino porque están cayendo en la trampa de la desinformación hasta el punto de que he oído a alguno de ellos decir en una de mis clases que la prensa convencional “miente”. Es preocupante que los jóvenes que estudian hoy la secundaria tengan como fuente de información las redes sociales, y esa preocupación no se mitiga porque un 72% de ellos diga que prefiere informarse por un familiar (según Onda Cero, RTVE y El País), pues el Consejo General de la Abogacía Española ha detectado que el 40% de los españoles no sabe discernir una noticia verificada de un bulo.
La agencia Reuters o Save The Children han puesto el acento en que el 60% de los jóvenes españoles se nutren cotidianamente de información a través de redes y, en general, esta suele tener “alguna pega”. Por si fuera poco, de entre el cuarenta por ciento restante, un 14% no sabría comprobar una información fidedigna o falsa.
Así, la manipulación los engulle, algo que se suma a la falta de interés lector a causa de la irrupción de las pantallas. En este sentido, el pensamiento crítico de los adolescentes de hoy les viene dado por esas plataformas que lo presentan todo idealizado, desde el cuerpo hasta los intereses culturales o deportivos. Evidentemente, en esos espacios circulan escasas recomendaciones literarias o ensayísticas, no vaya a ser que el joven se ponga a pensar y descubra la manipulación de influencers, empresarios devenidos en asesores presidenciales o políticos extremistas del tres al cuarto que se lucran de vivir exclusivamente de la cosa pública.
El sistema educativo español (desde luego el de Castilla-La Mancha) comienza a ponerse las pilas apartando tabletas de las clases y prohibiendo por ley el uso del móvil en las aulas. Esto es algo que llega un poco tarde, pero que se ha implementado. Bien al contrario, las familias aún tienen deberes por hacer hasta desterrar las pantallitas de esos momentos de asueto y encuentro en los que prolifera el móvil en las manos del niño en el carrito de bebé; para que esté tranquilo debe ser. Debemos volver a la prensa tradicional, a comentar las cosas de tú a tú y a saber apartar el móvil todas esas horas del día en que es innecesario. Y a leer, a leer mucho.