Un artículo de Alberto Alfaro
Alberto Alfaro
Nos están dividiendo. Y lo peor no es que lo intenten, sino que muchos están cayendo en la trampa.
Nos venden la discordia como si fuera identidad, el odio como si fuera ideología, la crispación como si fuera valentía. Nos susurran al oído que el otro es el enemigo, que el diferente es una amenaza y que el diálogo es inútil. Y así, nos convertimos en soldados de una guerra que no hemos declarado, pero que peleamos con fervor.
Porque la polarización no es un accidente: es un negocio. Un mercado donde se trafica con indignación, donde se especula con la rabia y donde se nos ofrece el lujo de sentirnos mejores sin el esfuerzo de comprender.
Pero hay algo que no nos cuentan: que se puede desertar.
En un mundo que nos empuja al enfrentamiento, amar es el mayor acto de rebeldía. Amar no es cerrar los ojos a la realidad, ni caer en la ingenuidad de un optimismo vacío. No. Amar es resistir. Es negarse a participar en el espectáculo de la destrucción. Es mirar a los ojos y ver a un ser humano donde otros solo ven una etiqueta. Es escuchar en vez de gritar. Es atreverse a pensar con espíritu crítico cuando nos exigen elegir un bloque u otro.
Nos han hecho creer que ser duros nos hace fuertes, cuando en realidad es la empatía lo que exige más coraje. Hoy, más que nunca, el amor no es para débiles. Es para valientes.
Y sí, también hay algo que quiero exigir: el derecho de que cualquier ciudadano, sea de la ideología que sea, pueda renunciar a la estupidez. Porque más allá de bandos y trincheras, debería ser un derecho inalienable que cualquier ciudadano pueda negarse a ser un idiota útil del conflicto permanente.
Nos podrán arrebatar muchas cosas, pero no la dignidad de pensar, de elegir, de tender la mano abierta al otro.
No nos dividirán. No esta vez.
Porque amar, en tiempos de odio, es un acto revolucionario.
¿Eres lo bastante fuerte para desafiar la imposición del rencor?